Dicen que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.
En los veranos de mi infancia, en días como este, subíamos en pandilla a lo alto de la montaña a contemplar las Perseidas. Nos tumbábamos sobre la hierba lejos de toda contaminación lumínica, bajo el embozo de seda de la noche, a ver caer esos pequeños milagros incandescentes.
Pedíamos deseos cada vez que una cruzaba la cúpula de nuestra mirada. Deseos de adolescente; el beso pretendido de alguien recostado a tu lado y que nunca viajó de la