DÓNDE ESTÁ LA BOLITA

DÓNDE ESTÁ LA BOLITA

Nos dicen el nombre de la hija de Ana Obregón, o de la nieta, que no ando yo muy puesto en genealogías rosas. Nos cuentan y nos muestran cómo una madre intenta pasar con el carrito de su niña por una calle anegada en plenas inundaciones en no sé qué ciudad.

Desayunamos (si lo hacemos viendo las noticias o escuchándolas) con sonidos de sirenas y bombardeos en Ucrania o con la última lindeza que se han lanzado nuestros políticos, a los que jaleamos como palmeros de la Pantoja y les pedimos más sangre y más bilis y más desprecio hacia quienes no piensen como nosotros. Nos enteramos de quién ha levantado la última copa de la Champions o de la liga, o de qué club de fútbol ha pagado una cantidad pornográfica de dinero por tal o pascual jugador.

Nos dicen, en definitiva, lo que quieren decirnos y cuando quieren decírnoslo. Pero ¿alguien sabe cuántos médicos se han contratado desde lo peor de la pandemia?, ¿tenemos los hospitales mejor equipados, con más personal, más respiradores, más EPIS, para afrontar mejor una nueva crisis? Cuestiones que en su momento convenía sacar a relucir por espurios y aviesos motivos, quedan en el olvido más absoluto cuando ya no interesa saber la respuesta o que se indague sobre determinados acontecimientos.

¿Sabemos cuánto nos cuestan las obras públicas de nuestros municipios y a quién se las pagan?, ¿a qué empresas les dan determinadas concesiones y por qué? ¿Somos conscientes de que una docena de familias en España tienen casi la mitad de la riqueza del país? Alguien podrá decir que esa es información que podemos preguntar en nuestros ayuntamientos o que es accesible en las páginas web de los consistorios de turno, pero no cabe duda de que hay cuestiones a las que no interesa darles notoriedad y otras con las que pretenden hacernos el juego de la bolita y el trilero para, precisamente, no preguntarnos otras. ¿Cuántos alumnos hacen clase en barracones? ¿Cuánto cuesta una carrera universitaria en la enseñanza pública? ¿Cuántas personas mayores dependen de sus hijos o nietos o sobrinos para poder sacar dinero de su banco o pedir una cita con el médico o con la seguridad social? ¿Cuántas personas duermen en las calles?, ¿cuántas viven con menos de quinientos euros mensuales? Y así podríamos mencionar un largo etcétera de preguntas cuya respuesta hemos de indagar mientras nos dan otras masticadas y con una clara intención, la de mirar la bolita o la de polarizarnos para mantenernos o divididos o ignorantes, cuando no las dos cosas.

¿Son acaso cuestiones que interesan menos que las que abren a diario los informativos? ¿Por qué? ¿Es eso lo que queremos o es, por el contrario, lo que nos han hecho querer que queramos?

Hagámonos preguntas, al menos, mientras no lo conviertan en delito.

Ismael Pérez de Pedro

Poeta