SIN TINTA

SIN TINTA

La tinta no me sale. Por más que mi dueña rasgue y rasgue con mi punta contra este papel extraño, nada se escribe, ni una sola raya, ni un punto siquiera. Estoy desesperada, no entiendo nada.

¿Las cosas fiables no funcionan siempre como debe ser? Eso me enseñaron mis congéneres y ahora me temo que voy a defraudarles. 

Esa mano que me oprime, que se desliza sobre las páginas a toda velocidad cuando escribe sus historias, está decepcionada como yo y al borde de un ataque de nervios, como en una peli de Almodóvar. Ayer todo era perfecto.

Me sorprende que el papel ya no sea papel. Yo sigo siendo cilíndrica, yo sigo necesitando que mi propietaria me coja y me use para contar lo que más le apetezca. Pero ya digo: no hay papel que valga. Sólo una pantalla blanca que espera mis servicios. Mi dueña acaba de comprarse este aparato endemoniado, pero aún no sabe bien cómo funciona. Se siente inútil, lo sé. Aunque yo aún más. Ya no tengo tinta y ella no tiene papel.

Estamos en un bar. No lo había dicho hasta ahora, ¡qué despistada soy! ¡Mil perdones! Uno de los clientes del establecimiento se acerca a mi escritora porque quiere ayudarla.

—Señora, sólo tiene que encender la tableta y el puntero le permitirá escribir.

Las palabras sobran.

 

Patricia Aliu

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.