
PEQUEÑO CORAZÓN ROJO
Me dijo que se llamaba Martina, pero sabía por experiencia que seguramente era un nombre fingido.
Martina era muy joven, no más de 21 ó 23 años. Ojos grandes, morena, de estatura media y muy guapa. Además, era simpática y parecía buena persona. Pensé, a pesar de las circunstancias, que había tenido suerte de haberla encontrado.
Al entrar en la habitación ella notó mi nerviosismo pero, dominando la situación, me dijo que estuviera tranquilo; luego comenzó a desnudarse con parsimonia, recreándose y luciendo con descaro su belleza, con la seguridad que le daba el haberlo hecho delante de tantos hombres, pensé en ese instante.
Al principio, sumido en el fragor de las caricias y los besos, no lo vi. Después giró y me dio la espalda; entonces pude observar debajo de su cintura un tatuaje que tenía un pequeño corazón rojo y unas letras azules que decían: Carpe diem. Entre divertido y sorprendido le dije:
—Estoy de acuerdo contigo, hay que aprovechar el momento.
Ella se volvió y, por un instante, me pareció que le brillaban sus oceánicos ojos, como diría Neruda. Me sonrió y dijo:
—¡Hombre! ¡Por fin uno que sabe de qué va la película!
Y siguió diciendo: Carpe diem quam minimum credula postero.
Seguidamente, levantando levemente la voz, tradujo: Disfruta el día, no confíes en mañana.
Por mis lecturas sabía que, completo, era un verso de una Oda de Horacio, pero al oírlo en su boca y en latín me causó una sensación extraña. Ella al ver mi gesto de perplejidad soltó una carcajada.
Me abrazó, pero ya el sabor que me llegaba de sus besos era diferente.
Felipe Sérvulo