
SOMOS TONTOS
Decía hace unos días el presidente de la mayor compañía eléctrica española que los clientes acogidos a la tarifa PVPC regulada por el gobierno son tontos. Así, sin utilizar eufemismos de ningún tipo, tontos.
Con ese decoroso adjetivo califica a los más de once millones de clientes que pueden darse por aludidos, tres millones de ellos, además, pagan la factura de la luz a su propia compañía que, por cierto, es la mayor empresa del IBEX, con un beneficio neto el año pasado de casi cuatro mil millones de euros, un ocho por ciento más que el año anterior, que tampoco le fue nada mal. Más de diez mil millones de beneficios entre las seis compañías eléctricas que cotizan en el país; que cotizan en bolsa, quiero decir, donde coticen sus impuestos y qué artimañas (legales o no) para pagar lo menos posible utilicen, lo desconozco.
Pues así, en una mañanita de puro y carajillo, insulta a once millones de clientes y se va a misa. Once millones de tontos que les pagamos a todos estos magníficos seres humanos sus lujos y excentricidades mientras se ríen a dos carrillos de nosotros. Y, bien pensado, quizá la culpa no sea de ellos sino nuestra, por lo menos en parte. Conformamos una sociedad anestesiada en la que la clase trabajadora (que ahora se avergüenza hasta de su propia denominación) ya no pretende dignificarse sino dejar de serlo, convertirse en todo lo que durante mucho tiempo ha criticado, explotar para dejar de ser explotado, dar el pelotazo, dejar de ser herida para ser navaja.
El ser humano es el animal que mejor muerde el anzuelo y, a lo largo de la historia, nos los han puesto de todos los tipos y siempre hemos picado. Y esto, los que de verdad mandan en los países, lo saben, ¡vaya si lo saben! Conocen perfectamente que nos corrompemos con facilidad. Y si en algún momento de la historia han advertido en nosotros el más mínimo conato de lograr un cambio profundo, de raíz, de crear un nuevo modelo en el que los déspotas vieran mermado su poder, siempre han actuado de la misma manera, de la manera que saben que siempre les ha funcionado; fomentando la desunión, individualizándonos. Siempre ha sido la mejor forma de que unos privilegiados mantengan su estatus sin peligro, fomentar mediante crisis, medios de comunicación e incluso (y sobre todo) con la educación y los planes de estudios, fomentar-digo- la noción del hombre como individuo en lugar de como ente de un colectivo, instalar en nuestras mentes que uno sólo he de ser responsable de sí mismo, que los demás son el principal obstáculo para conseguir nuestras metas, que el segundo en esta sociedad es el primero de los perdedores. Abominan del poder que da la fuerza colectiva, la cooperación. La empatía, para esta clase de personas, es un lastre, un sentimiento que hay que desterrar de las conciencias si se pretende llegar a lo más alto. Y lo más alto es para ellos, por ejemplo, que puedan llamarnos tontos a todos a la cara y que no pase absolutamente nada. Entre otras cosas, seguramente, porque han logrado que, efectivamente, lo seamos.
Lo siento, Rousseau, no somos buenos salvajes. Ojalá.
Ismael Pérez de Pedro.
Poeta.