Hombre del acantilado

Hombre del acantilado

El hombre del acantilado no conoce de tiempo.

El hombre del acantilado habla con el aire mañana y tarde.

Dibuja su silueta en forma de libertad, mientras mira el mar.

  

Suele pensar, que las olas son alas que se precipitan para desplegarse en la orilla.

El hombre del acantilado conoce de cerca las melodías, más que las palabras.

 

Y en la noche espera a esa sirena, que siempre le sonríe. El piensa al mirarla que sus grandes ojos cálidos y brillantes, son dos faros dónde mirar para no perderse.

Pero el volverá a perderse... en nuevas cunas que le ofrecerá el mundo. En nuevos paisajes que pulirán su voluntad.

Mientras ella vuelve al agua.

 

Mientras el recuerda el olor de sus cabellos y su tez blanca.

Y entre cantos la imagina y le dice:

ojalá pudiera rozar tus labios solo un instante, y yo poder amarrar mi alma en un anclaje, al fondo de esta playa.

 

El hombre del acantilado se confiesa con la luna, cada vez que la mira desde cualquier lugar recóndito.

Cae dormido junto al tic tac de las gaviotas.

Conoce de gentes y de soledades,

Y del golpe seco del agua en las rocas.

 

Al hombre del acantilado le palpita el corazón, cuando su latido es libre al compás de una canción.

Suele pensar que las olas son alas que se despliegan, y su espíritu descalzo, ve de lejos como llegan.

 

Hombre del acantilado, dejas que el tiempo suceda, en los reflejos de este cielo, que del mar no se despegan.

 

Lidia Camino