José Corredor Matheos nació en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 1929 y vive en Barcelona desde 1936. Se licenció en Derecho en dicha ciudad y empezó a destacar como crítico de arte, traductor, antólogo y poeta.
Fue también jefe de redacción de Espasa Calpe y director de Larousse Catalá.
En 1953 publicó su primer poemario “Ocasiones para amarte”, al que le han seguido más de veinte libros. Ha sido Premio Nacional de Poesía, Premi Ciutat de Barcelona y un largo etcétera que sería prolijo escribir aquí. Solo decir que también la
Generalitat le otorgó la Creu de Sant Jordi en 1988.
Su poesía puede englobarse en la llamada “Generación del 50”, los cuales unen la reivindicación social con una nueva lírica y preocupación por el lenguaje. También incorporan a sus composiciones reflexiones filosóficas y metafísicas que en el caso de Corredor Matheos está especialmente marcado por el Taoismo y el Budismo y a todos les une, sobre todo, su condición intimista. Además de nuestro poeta, podemos nombrar, entre otros, a Ángel Crespo, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda…
Como crítico de arte ha escrito no menos de 50 monografías sobre arte contemporáneo. Ejerció la crítica de arte para “Destino”, “La Vanguardia”, “Cuadernos de Arquitectura” y otros.
Los encuentros de El Laberinto de Ariadna, se realizaban en Castelldefels, pero por una mera cuestión logística, ya que venían personas desde el Maresme, decidimos hacerlas en Barcelona. El Aula dels Escriptors del Ateneu Barcelonès es nuestro lugar de reunión gracias a la generosidad de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña. Un día de reunión marché pronto a Barcelona y decidí antes buscar en la librería La Central del Raval algún buen libro de poesía.
Encontré “Sin ruido”, el último publicado del poeta, editado por Tusquets Editores. Ya en el tren de vuelta, hojeándolo, me encontré con este poema que llevaba una dedicatoria:
Castelldefels desde el tren.
A Josep Guinovart, in memoriam
Le bastaba una rama / o unas hojas, / un puñado de tierra, / un objeto cualquiera, / y, con delicadeza, / que parecía furia, / les daba nueva vida. / Aquí vivió y murió, / sabiendo que no somos /, sino brillo instantáneo / que puede hacerse eterno. / Aún lo sigues viendo, / desvelando colores, / cuya luz / apagaba las sombras.
Recordé a nuestro pintor, tristemente desaparecido y no pude por menos que emocionarme y constatar qué pronto llega la muerte y qué fácil es el olvido.
Felipe Sérvulo