HASTÍO

HASTÍO

Imprimir

Me preguntas una vez más que me ocurre. Me dices que estoy desganada, que siempre estoy tumbada, que en mis ojos se ve sólo hastío. Insistes en explicarme lo que percibes en mí. Que me propones actividades a hacer, lugares a donde ir, y en cada ocasión digo que estoy cansada, que no me apetece, que si

esto y que si aquello. Sigues con tu discurso, que me desanima un poco más a medida que pasan los minutos: que si nada más me gusta ver película tras película en la tele mientras me zampo cualquier aperitivo que tenga a mano, que si no hacemos nada juntos, que no vamos de excursión ni de paseo, que no vemos ningún lugar nuevo… Añades que ya apenas leo ni escribo, cuando antes tanto me gustaba, que no salgo con los amigos ni las amigas, que parece que tan sólo me interesa la soledad y no hacer nada, siempre mano sobre mano, que lo único que hago es ir a trabajar cuando toca.

Me clavas la puntilla y sueltas que me he vuelto una mujer triste, que parezco amargada y melancólica, con la pereza a cuestas. Que quizás estoy enferma, tengo fatiga crónica o depresión, que no siento motivación ni interés por nada. Que he perdido la ilusión y la sonrisa, que eran mi marca personal. Que soy independiente, lo tengo todo y no lo aprecio: casa, trabajo, familia que me adora, pareja estable, inteligencia, estilo y creatividad. Vamos, que soy el no va más, tanto en lo que se refiere a mi persona como a lo que me rodea. 

-Entonces -te pregunto-, si soy tan estupenda, ¿ por qué me dices esas cosas tan feas? 

-Porque te quiero -me respondes- y no reconozco a la mujer de quien me enamoré.

No puedo más. Tengo que decírtelo de una vez por todas, aunque sé que te va a doler. Estoy harta de anteponer tus deseos y expectativas a los míos. Harta de tener que decidir yo siempre qué hacer o a dónde ir, o de poner la mejor cara para que no te sientas molesto por nada. Se acabó. Te lo digo ya:

-¿Sabes lo que me ocurre y no me atrevía a contártelo para no hacerte daño? Me resistía a hablar, porque sé que te voy a parecer cruel, pero ya no lo resisto más. Todo lo que has dicho es cierto y te agradezco que lo hayas planteado. He sido una cobarde, estoy convencida, pero no aguanto más. Quiero cambiar y ser la de antes, no sentir esta apatía que se me está comiendo por dentro y a la que intento evitar gracias al cine y en el sofá. 

Te me quedas mirando y temes que siga, pero yo ya he empezado a liberarme. Y lo dejo ir, sin compasión, ni piedad:

-No quiero seguir contigo. Eres el motivo de mis males, aunque no me hayas hecho nada. No tengo ganas ni de abrazarte y tampoco te deseo. Lo siento: me aburres.

Siento un alivio inmenso cuando te levantas sin decir nada y das un portazo al salir. Ya volverás a recoger tus cosas. Yo también me levanto. Me han entrado unas ganas locas de volver a escribir.

Patricia Aliu

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

FOTO: "Sol de la mañana" (1952), de Edward Hopper