NAVIDAD Y OTROS DESASTRES

NAVIDAD Y OTROS DESASTRES

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Me da mucha pereza escribir sobre la navidad, lo reconozco. Se ha convertido en una época de cinismo embalado en cartón reciclado envuelto en

un papel de regalo al que se le adhiere un lazo de repugnante condescendencia. Claro que hay personas maravillosas que valen la pena y se profesan entre ellas hermosos sentimientos a diario, no lo niego, no es eso. Me refiero al buenismo baboso y artificial de las lucecitas impuestas, de los villancicos planeando por el aire viciado de la falsedad, a esos anuncios de televisión en los que corretean, por las dos hectáreas de su sala de estar, niños felices buscando sus regalos bajo el árbol, a la buena voluntad, tan impostada como efímera, que parece instalarse en nuestros trabajados corazones cada vez que llegan estas fechas. Me refiero a la emética ley no escrita por la que parece que la sociedad ha de pedir un armisticio y tolerarse (qué connotaciones tan peligrosas y qué poco me gusta esa palabra) durante unos días y desearse todas esas dichas y prosperidades que, en apenas una semana, volverán a impedirse con inquina y saña. A eso me refiero, a esa cuasi inexplicable mutación que provocan el azúcar del turrón, el alcohol de los licores y la enajenación de las compras en las células humanas que nos lleva a actuar durante un breve periodo de tiempo como si no fuésemos los mismos que nos hemos pasado el año insultando al otro, recriminando sus ideas por no ser las nuestras, menospreciando al diferente, calumniando al compañero, ofendiéndonos por las más impensables chorradas de estómagos hartos de pan, quejándonos de problemas de blancos acomodados, de idiomas y banderas, mientras no sólo no hemos hecho nada para ayudar a los que de verdad han sufrido, sino que, en muchas ocasiones, conscientemente o no, hemos sido causa de sus dificultades. No. Yo no soy mejor, si es lo que alguno está pensando a estas alturas. Yo no soy distinto de esos que creen que escrúpulos es una isla griega y demagogo, el médico de la piel. Sólo soy un hombre triste y escéptico que, de vez en cuando, se hace preguntas y se cuestiona a sí mismo, uno más de esas réplicas humanas cuyo colchón es más grande que su cuarto de baño. Sólo soy alguien al que le gustaría que no le diese pereza escribir sobre la navidad, alguien que quisiera pensar que aún hay esperanza, que aún estamos a tiempo de hacer de este ínterin algo común, algo mejor, algo entre todos.

Pero bueno, aun así, felices fiestas a todos y, especialmente, a aquellos que, por enfermedad, trabajo o tristeza, no pasarán estas horas con quienes hubieran querido. Cuídense mucho, si vamos a llevarnos mal, que sea por muchos años.

Salud.

Ismael Pérez de Pedro.

Poeta.