ASÍ NOS VA

ASÍ NOS VA

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Pepa, camarera de piso de 57 años, trabajó obligada más de seis años sin un solo día de descanso, a doble turno muchas de las jornadas y durmiendo en un plegatín en el cuarto de la limpieza.

Pues bien, su jefe, el propietario del hotel, ha sido condenado a nueve meses de cárcel y tres mil euros de multa por un delito contra los derechos de los trabajadores. En mi humilde opinión, el juez que ha dictado dicha sentencia merecería, como mínimo y omitiendo lo que realmente pienso, la inhabilitación. Ya no digo el empresario, cuya condena me parece ridícula y una burla a todos los trabajadores.

Este suceso, no es un caso aislado. Ese es el principal problema. Hay miles de personas en situaciones parecidas. Yo mismo he visto y vivido de todo hasta decir basta. Pero ese decir basta—y por eso no se dice todo lo que se debiera—conlleva casi siempre el aislamiento; primero de tus superiores, casi siempre de tus compañeros (que por miedo no suelen atreverse a apoyarte) y finalmente, sanciones y el despido. La protección al trabajador en este país es nula. Y el sindicato, la mayoría de las veces, ni está ni se le espera.

Algunos, que siempre hay de todo, dirán lo contrario, que muchos se merecen el despido, que no rinden y se aprovechan. Oiga, pues los habrá, y con herramientas suficientes cuenta el empresario para reconducir el problema, si lo hay, o para resolverlo. Pero, ¿y el trabajador?, ¿con qué herramientas cuenta él? Fallos como el de esta camarera de piso, que se dan después de mucho tiempo denunciando, soportando las presiones, las amenazas, el estrés sicológico que supone aguantar en un puesto en determinadas circunstancias (recordemos que si abandonas no tienes derecho a nada ni el empresario explotador pagará por ello), fallos como este—digo—desaniman, desilusionan y desmovilizan a todos aquellos que por un momento se plantean denunciar unos hechos para revertir situaciones que jamás deberían producirse. Todos hemos leído o escuchado noticias de trabajadores sancionados por ir al baño o que incluso se han hecho sus necesidades en la línea de producción porque no les relevaban. Yo he visto cómo te “aconsejan” no ir más de una vez al baño en una jornada de ocho horas, o “te advierten” con que se te descontará ese tiempo porque es improductivo para la empresa (en naves en los que el cuarto de baño puede quedarte a más de cinco minutos caminando). Yo he visto cómo sancionan por retrasos involuntarios reiterados en la entrada (desde un tiempo es hasta legal el despido por esta causa) pero al mismo tiempo no tener esa misma concepción del reglamento, el convenio y la puntualidad a la hora de la salida. Yo he visto cómo en una semana se acumulan más de ocho horas de jornada extra que el empresario ve normal (en comercios, peluquerías, oficinas o almacenes) y que el trabajador jamás cobrará ni recuperará. Yo he visto empleados espiados por cámaras con el argumento de que es por su seguridad. Yo he visto gritos y faltas de respeto inadmisibles por parte de jefes y mandos intermedios que, en caso contrario, supondrían el despido disciplinario del asalariado. Yo he visto y sufrido cómo te amenazan por no significarte ideológicamente en una reunión o por no usar el idioma que creen conveniente (y lo he visto en los dos sentidos) Yo he visto y he sufrido cómo un superior te dice que te atengas a las consecuencias si te tomas lo que legalmente la ley te otorga por ingreso de un familiar porque, total, tú no eres médico y no puedes hacer nada. Y yo no soy una rara avis. Todos hemos visto y vivido situaciones parecidas que hemos afrontado de manera diferente según nuestra forma de ser y las circunstancias. Pero, sobre todo, lo que yo y todos hemos visto y lo que más me duele, indigna y entristece, es la falta de apoyo de los compañeros, unos por miedo a convertirse en blanco de las iras de sus superiores, otros porque carecen de la más mínima empatía y otros simplemente por ser unos personajes deleznables.

   No tengo ninguna esperanza en que estos problemas desaparezcan. Ninguna. Es más, sólo puedo aconsejar a quien los padezca que, si puede, o en cuanto pueda, se largue. Sé que es difícil dadas las condiciones y perspectivas laborales hoy en día. Y el que pueda (recordemos que por ley ahora también cuesta dinero denunciar) que denuncie, que intente que quien comete el delito sea el que sufra las consecuencias y no al contrario. Y el que pueda también, que apoye, que ayude a visibilizar estos comportamientos inadmisibles. Las cosas no son importantes sólo cuando nos pasan a nosotros.

Ismael Pérez de Pedro