5.- PRIMEROS DÍAS INGRESADO - 6.- LLEGA LA NOCHE, SE APROXIMA OTRO DÍA

5.- PRIMEROS DÍAS INGRESADO - 6.- LLEGA LA NOCHE, SE APROXIMA OTRO DÍA Por Ándres García Motos

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Desde mi cama aprendí a mirar al exterior y ver que la vida sigue caminando a su ritmo habitual y exacto. El sol brillante auguraba unos días espléndidos. Se notaba la poca lluvia

generosa caída en los días anteriores. Los vegetales exhibían su verdor radiante y alegre en sus hojas e invitaban al optimismo haciéndome ver que la vida es bella.

Del interior del hospital me llamó la atención la quietud de los enfermos, la atención de los sanitarios, el orden y las ganas de recuperar la salud perdida por parte de todos, cada uno con lo nuestro.

Dos voluntarias de la Cruz Roja entraron a la habitación. Charlaron con los pacientes. Se detuvieron con los que estaban más abatidos, solos, o más afectados por las dolencias. Repartieron sonrisas, palabras, ánimos y el afecto para todos. Reímos. Preguntamos. Escuchamos y compartimos un rato de relajación positiva. Parecía que nuestra salud mejoraba. Miramos sus caras y vimos que desprendían altruismo. Que estaban allí para eliminar los momentos malos y hacernos ver el camino que nos faltaba por recorrer con ilusión y alegría. Se marcharon con todo nuestro agradecimiento y nuestra admiración.

Fue una de las primeras lecciones que aprendí, porque eran unas personas muy especiales que nos regalaban su tiempo y su trabajo a cambio de nada. Gracias.

6.- LLEGA LA NOCHE, SE APROXIMA OTRO DÍA

Se acerca a mi ventana la luz que precede a un nuevo día. En medio de las sombras de la noche parpadean los ojos que vigilan el puerto de mercaderías de la cercana mar, en la costa. No se oye el ruido de los vehículos ni el ajetreo constante de las grúas que se mueven con sus brazos de metal trajinando con los contenedores.

Un poco más lejos, la torre de control de la terminal uno del aeropuerto vigila atentamente el movimiento de los aviones por las rutas del cielo.

Todo está tranquilo. Solo hay madrugadores que se desplazan y rompen este rato de paz deliciosa. Yo no tengo sueño y aprovecho este momento para gozar y esperar la llegada de un nuevo día y ver cómo el sol rompe el velo de la sombra y llena el horizonte de un color rojizo que terminará en un azul claro luminoso.

En la planta tercera del hospital se duerme, como si el dolor y la hora quisieran regalarnos una tregua y un descanso. Los “ángeles que custodian nuestra salud” se mueven en silencio, escuchan, abren las puertas, nos saludan y nos dicen adiós, y siguen haciendo su ruta de control y de afecto de cada noche.

Ya no se oyen alborotos, ni la música en las calles. Todo vuelve a la normalidad y a la monotonía del día a día, a la espera del movimiento que nos permita volver a la vida cotidiana, a estar con la familia sanitaria y amiga. La vida es una ruta que nos lleva por la realidad y por la esperanza para superar todos los contratiempos y para gozar de las conquistas logradas.

Ya me voy habituando a la estancia en el hospital. Me siento optimista, confiado y fuerte para afrontar la ruta que me espera. Confío en los sanitarios que me cuidan y me ayudan con sus acciones, sus palabras de ánimo y su empuje, a caminar hacia la meta lejana de la salud. Me digo a mí mismo que no puedo estar triste, abatido ni deprimido. La vida es bella y regalada.

He comenzado a hablar con algunos de los pacientes más cercanos. Voy observando los ademanes, gestos, el vocabulario, el tono de la voz, las miradas, las prisas y las tardanzas, las risas, los silencios… Todo es un recital para la mente, una invitación al aprendizaje y ocasión para tomar notas momentáneas y muy útiles para saber estar y participar en aquello que me interese exponer en mi diario improvisado de cada día.